sábado, 6 de junio de 2009

El Descubrimiento (III)


Disfrutaron del lunch muy relajadamente y, antes de finalizar, el Sr George Buckley, presidente de la firma, pasó con la Baronesa a su despacho para mantener una conversación privada. Tomó asiento primero la Baronesa y cuando él se acomodó dieron comienzo a la conversación.
“Bien, George, está todo dispuesto para mi viaje?”
“Por supuesto, querida Baronesa, aunque me extraña no verla acompañada por Sir Edward” comentó el Presidente.
“Ah, claro!, aún no te lo he contado todo, querido”, y tomó su pitillera para encenderse un cigarro mientras continuaba conversando.
“Edward ya está en Paris esperándome y ocupándose de que todo esté perfectamente organizado a mi llegada. Ya sabes lo que le gusta satisfacerme”. Un brillo especial se produjo en su mirada.
“Además, casi he preferido darle una sorpresa con lo de Margaret ya que no espera que me lleve a ninguna fémina a la fiesta”.
El sr. presidente tosió ligeramente y añadió: “Baronesa, cree realmente que estará a la altura de los acontecimientos? No sé, me preocupa que la situación la supere…”
“George, por favor”, interrumpió ella, y con una sonrisa tan malévola como excitante añadió: “Estas hablando de mi, querido. Sabes que soy muy minuciosa a la hora de introducir a un iniciado en nuestra doctrina. Impartir e instruir son mis asignaturas preferidas. Relájate, está todo bajo control…o es que acaso lo dudas?”
“Discúlpeme, Sra Baronesa”. Y bajando su mirada y su rostro continuó: “Mis disculpas, sabe usted que estoy a sus pies”.
“Que así sea!”, dijo en tono autoritario la Baronesa. Con su mano dirigió al Sr Presidente hacia sus pies. El dio un salto hacia ellos y posando sus manos en sus zapatos preguntó: “Me da usted su permiso, Baronesa?
“Ya estabas tardando, querido” y con su maliciosa sonrisa añadió:” relájamelos, bésalos y lámelos con sumo cuidado”.
Pasadas dos horas todos se reunieron en la sala de juntas. Se cerraron las puertas y tomaron asiento. Estaban el Sr Presidente, su secretaria personal Margaret, los dos vicepresidentes Meter Nergaard y Tom Elrin, los acompañantes de la Baronesa el notario Sr Phill Gilblin y el asesor financiero Ian Walsh, y por supuesto la Baronesa.
Ella fue la primera en hablar.
“El motivo de esta visita es la adjudicación de varias obras de arte que se pondrán a la venta en una subasta privada en Paris. Se realizará en una fiesta bajo la supervisión de Sir Edward. El Sr Phill Gilblin es el encargado de revisar y corroborar la autenticidad de cada obra de arte. El Sr Ian será el responsable de pujar en mi nombre en la subasta y como os imaginareis, necesito a uno de vosotros para constatar la adquisición de las obras como propiedad mía. Y ha sido mi deseo que esa persona sea Margaret. Puesto que esta vez los invitados a la subasta son personas de la alta sociedad europea deseo evitar cualquier relación con dicha subasta”
Continuó el Sr Presidente: “Margaret, tienes exactamente tres horas para preparar tu equipaje y regresar aquí para salir de viaje con la Baronesa. Mientras tanto, nosotros revisaremos detalladamente toda la documentación que has de llevarte. Tienes a mi chofer esperándote en el garaje. Ah, Margaret, no hace falta que te recuerde una discreción absoluta al respecto, verdad?”
Ella se incorporó de inmediato y contestó a su jefe: “En absoluto, Señor, cuenta con mi máxima discreción”. Salió de la sala y dirigiéndose hacia el ascensor consiguió expulsar un suspiro de alivio. Mientras se introducía en el vehículo, un estado de nerviosismo continuo la invadía. Aún no había digerido la conversación de la reunión. Solo pensaba en que vestuario sería el más adecuado para dicho viaje, si estaría acorde con el evento, ya que ella no disponía tampoco de tanta ropa y tampoco le habían especificado para cuantos días… Entre tanto los demás continuaban reunidos.
No transcurrieron ni dos horas cuando Margaret ya estaba de regreso, así que en cuanto se notificó su llegada todos se trasladaron a la terraza del edificio.
El Sr Presidente sujetaba un maletín que pasó a entregar a su secretaria comentándole:
“Srta Domenvor, aquí tiene toda la documentación necesaria para su labor. Cuando llegue a Paris, y se traslade al hotel, vaya revisándola con calma. Está todo muy bien especificado. Relájese, que está usted más que capacitada para ello. Ante cualquier duda acuda al Sr Ian Walsh: el la asesorará puesto que trabajaran ambos en equipo. Buen viaje”
Se despidió del Sr Gilblin y del Sr Walsh con un efusivo abrazo. Se apreciaba la amistad entre ellos. Y dirigiéndose a la Baronesa sostuvo su mano derecha casi realizando una reverencia y se la besó con delicadeza.
El helicóptero se trasladó al aeropuerto donde un jet con toda la tripulación afuera les esperaba. Una vez dentro, la Baronesa pidió que les sirvieran una copa de su champagne preferido.
El viaje se hizo corto. Al aterrizar, la Baronesa dio instrucciones a sus acompañantes. Esta vez había dos coches esperándoles. En uno se introdujo la Baronesa y Margaret y en el otro sus acompañantes: “Antoine, nos dirigimos al salón de Mademoiselle Le Foun”. “Si, Señora”. Y girándose hacia Margaret: “Querida, antes de dejarte en el hotel, vas a acompañarme al salón de alta costura donde suelo adquirir mi vestuario cada vez que vengo a Paris. Y en esta ocasión, con mas razón aun. Además, quizás hasta tu te animes a comprarte alguno…”
El coche se detuvo y el chofer se apresuró a abrirles la puerta. Margaret observaba con atención la entrada de la villa. Parecía un pequeño castillo. Tocaron el timbre. Una dama joven y muy elegante les recibió con exquisita educación y hablando en francés les acompaño hasta un salón.
Margaret estaba maravillada con la decoración. Todo transmitía un glamour deslumbrante. Nunca había estado en un lugar así. La acompañante les invitó a acomodarse.
“Enseguida estará con ustedes Mademoiselle Le Foun. Desea la Baronesa que les sirvamos unas copas de champagne?” “Por supuesto, Francinne, muy amable”.
“Espero que disfruten de su estancia”
Se abrió una puerta y apareció una señora de altura media, traje de pantalón y chaqueta, pelo recogido en un moño y cinta métrica al cuello.
“Buenas tardes, querida Baronesa, es un placer volver a tenerla aquí”
“Gracias, Mademoiselle Le Foun, quisiera presentarle a mi acompañante, la Srta Margaret Domenvor”
“Es usted muy bella, querida, pero oculta demasiado su potencial… Ahora entiendo a que se refería usted, Baronesa”
Margaret miró a ambas desconcertada, pues no sabia a que se referían.
“Mademoiselle Le Foun, esta vez quiero también que las señoritas hagan pase de lencería. Quizás adquiera algunos modelos para mi y para mi acompañante.
“Será un placer mostrarle mis ultimas creaciones. Y ahora, querida déjeme tomarle las medidas a su invitada”
Una vez finalizada su tarea abandonó a las damas y con un andar muy peculiar se retiró para dar paso a las modelos.
Fueron pasando al salón.

1 comentario:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.